Una de las características que definen hoy al sistema agroalimentario mundial es la creciente importancia del I+D+i en el mismo. La agricultura, que tradicionalmente era considerado un sector con poca capacidad de adopción de cambios tecnológicos, se ha transformado en uno de los agentes con menor aversión al cambio: en el ámbito de la producción, el desarrollo de nuevas semillas se ha acelerado gracias al descifrado de los genomas de las principales especies de uso agropecuario; en el de la comercialización, se han desarrollado nuevas gamas de producto, desde la cuarta hasta la sexta y se comienza a dibujar una séptima, relacionada con la bioeconomía y el aprovechamiento máximo de todos los recursos biológicos derivados de la agricultura; finalmente, en el propio manejo de las cosechas, se han desarrollado estrategias de control biológico cada vez más amplias y comenzamos a introducir el uso de sensores conectados y drones para evaluación del estado de los cultivos. De hecho, hemos inventado un nuevo concepto: la agricultura inteligente (smart agriculture, que suena más inteligente aún) .
Estos cambios y, sobre todo, la velocidad de los mismos, no son casualidad. En realidad tienen mucho más que ver con la causalidad. Derivan de las transformaciones que se están dando en la sociedad (aumento de la población, envejecimiento paulatino, aumento de la clase media global, acelerado proceso de urbanización); de la aceleración de los cambios tecnológicos y la incorporación de la tecnología a cada vez más ámbitos (Internet y resto de TIC, el denominado Internet de las cosas, el uso de drones para el ámbito civil, el abaratamiento acelerado de todas estas tecnologías), y de la necesidad de aumentar la producción de alimentos con sistemas más sostenibles.
La innovación, por tanto, ha pasado a ser una necesidad del sector, posiblemente la mayor. En un mapa tan amplio y de complejidad creciente, la especialización se convierte también en una premisa básica para el desarrollo del negocio.
¿Qué papel puede jugar entonces una entidad financiera en este terreno?
Posiblemente, una entidad al uso interesada por el sector, dedicaría parte de sus recursos a la difusión de los conocimientos generados por otros, incluso podría ofrecer financiación al desarrollo de procesos de investigación tanto de empresas como de organizaciones públicas (administraciones y universidades). Esas dos aproximaciones las realiza el Grupo Cooperativo Cajamar, a través de acuerdos con universidades (la red de cátedras de Cajamar) o de colaboraciones con empresas y centros de investigación. Posiblemente, el elemento diferenciador más importante del Grupo es la especialización en el sector agroalimentario y la voluntad de acompañamiento para con el mismo, circunstancias que han contribuido a definir la propia filosofía de trabajo de la entidad.
“Es mucho mejor que la caja se equivoque una vez a que lo hagan 1.000 agricultores” es una de las frases que repite el fundador de una de las cajas rurales integradas en el Grupo. Por eso, desde muy pronto, hemos dispuesto de investigadores propios, dedicados a la investigación más aplicada, la más cercana a los agricultores y, por supuesto, a la difusión de los conocimientos generados por los medios propios y de terceros, siempre en estrecho contacto con los productores para conocer de primera mano sus necesidades y preocupaciones.
Los dos centros de investigación de las fundaciones del Grupo cuentan actualmente con cerca de 30 técnicos investigadores, que centran sus esfuerzos en tres líneas básicas: tecnología de invernaderos, agrosostenibilidad y alimentación y salud. Dichas líneas están en concordancia con los principales objetivos del sector agroalimentario a nivel global (y, por supuesto, nacional) y con la propia historia del grupo.
Esta labor investigadora complementa las de apoyo y difusión, y permite por otra parte ajustar la gama de productos y servicios financieros al sector agroalimentario, aquel para cuya financiación nacieron todas las cajas rurales españolas.