Como consecuencia del proceso global de industrialización, la temperatura en la atmósfera se viene incrementando a un ritmo históricamente desconocido en las últimas décadas, debido al efecto invernadero provocado por la emisión de gases como el dióxido de carbono, metano y óxido nitroso. El calentamiento global es un aspecto fundamental para la agricultura venidera, que está afectando a frutas y verduras, a la agricultura en general y de lleno a la mediterránea, por lo que será muy importante adaptar adecuadamente el sector agrícola con el objeto de asegurar la producción de alimentos.
Como consecuencia de este cambio climático se pueden ver incrementadas las enfermedades no parasitarias que son muy variadas, pero que generalmente se reducen a las desfavorables condiciones del medio. Entre las causas más frecuentes de estrés en las plantas destacan el estrés hídrico, las bajas o altas temperaturas, la salinidad y la acidez de los suelos.
El impacto de una meteorología extrema en los cultivos
Determinados agentes no parasitarios, como el granizo, las heladas, los problemas nutricionales, problemas fisiológicos, etc., conocidos como accidentes o fisiopatías, pueden afectar a numerosas especies. Entre otros, se pueden citar los denominados ‘tipburn’, podredumbre apical ‘blossom end rot’, planchados o golpes de sol, agrietados, ahuecado de los frutos, etc., que se producen tanto en frutas como en hortalizas.
En el caso del tomate, la incidencia de elevadas temperaturas, superiores a 35 °C, disminuye la viabilidad del polen. La floración, su cuaje o polinización con esas temperaturas también se aminora, lo que tiene un impacto importante sobre el rendimiento productivo y, consecuentemente, poniendo en entredicho la viabilidad económica de muchos productores.
Las frutas y hortalizas en general requieren de un suministro regular y uniforme del agua que asegure un flujo adecuado a través de la planta, para que los procesos fisiológicos de floración, cuajado y engrosamiento del fruto, o los desórdenes como la podredumbre apical del fruto y/o agrietado del mismo, y en definitiva la cosecha y su calidad no se vean afectados negativamente.
Cuando los cultivos se desarrollan al aire libre se presenta una multitud de situaciones de estrés. La mayor parte de ellas se mantiene durante un corto período de tiempo, pero frecuentemente se dan a la vez varios estreses. Por ejemplo, cuando la temperatura es superior a 35 ºC puede producirse una situación de estrés por alta temperatura unida a otra de déficit hídrico, de absorción de nutrientes por la raíz y desequilibrios hormonales que pueden complicarse con vientos fuertes, aguas de mala calidad, etc.
Las consecuencias del cambio climático en la hortofruticultura mediterránea
En el caso de la lechuga, se ha comprobado que con temperaturas superiores a 30 ºC puede manifestarse una peculiar fisiopatía, conocida como ‘tipburn’, en forma de quemaduras o necrosis en los extremos y márgenes de las hojas, consecuencia de que el metabolismo normal de la planta se altera, se liberan ácidos orgánicos que quelatan el calcio, que no se puede traslocar adecuadamente. El efecto de las elevadas temperaturas en la incidencia de esta fisiopatía también ha sido constatado en otros cultivos como la col china, tomate, pimiento o berenjena, donde ciclos con altos saltos térmicos y elevadas temperaturas, en cultivo tanto al aire libre como bajo invernadero, pueden incrementar la incidencia por esta fisiopatía. El estrés osmótico creado por la salinidad en la zona radicular dificulta la toma de agua por las plantas y también la absorción de calcio, incrementando este tipo de alteraciones, lo que puede suceder incluso con niveles suficientes de este elemento en el suelo.
La adaptación de variedades y prácticas culturales
Existe una cierta susceptibilidad varietal a estas alteraciones, por lo que en situaciones de riesgo es conveniente seleccionar aquellas que sean más resistentes. Es de interés desarrollar programas de mejora genética, con la búsqueda de variedades resistentes a las altas temperaturas. Un ejemplo como es el caso del proyecto ‘TomGem’, incluido en el programa Horizonte 2020 que financia proyectos de investigación e innovación en el contexto europeo, y en el que participa Cajamar. La iniciativa cuenta con la colaboración de 17 universidades y centros de investigación de ocho países.
El correcto manejo del riego puede ayudar a soslayar en parte estas fisiopatías, por ello es necesario establecer estrategias de manejo eficiente del mismo. Considerando un suministro adecuado de los nutrientes, en ocasiones puede ser adecuada aplicaciones foliares con alguna sal de calcio de manera preventiva en momentos clave y considerando predicciones de tiempo, actuando antes de que se produzcan estas situaciones de estrés. Otras prácticas culturales, como sistemas de poda para reducir la exposición de los frutos a los posibles golpes de sol, sistemas de sombreo, manejo de control de clima y utilización de cubiertas flotantes, son herramientas que ayudan a paliar los problemas debidos a los cambios en el clima.
Carlos Baixauli Soria
Centro de Experiencias Cajamar