Desde hace unos años, la agricultura ha pasado del vagón de cola de la innovación a atraer el interés de los medios por la súbita “actualización” de esta vieja actividad. Hoy se habla de startups agrarias, de agrotech, de BigData, de Internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés), de smart agro… Y los fondos de inversión, las empresas de capital riesgo y las entidades financieras de toda la vida han redescubierto el sector como una fuente de oportunidades para sus negocios.
En realidad, lo que está pasando en la agroalimentación mundial no es diferente de lo que está sucediendo en el resto de los sectores económicos tras la irrupción de las nuevas tecnologías de la información. La música, la información, el turismo, la banca o el comercio menor son sectores que se han transformado drástica y dramáticamente en los últimos años para aprovechar o adaptarse a las nuevas condiciones que la tecnología ha provocado.
Lo curioso es que en el sector primario, que ya se veía sometido a presiones crecientes derivadas del aumento continuado de la demanda y de las fuerzas competitivas del mercado (globalización y poder asimétrico en la cadena de suministro alimentario), se ha convertido en una especie de punto focal en el que confluyen la mayoría de las tecnologías más disruptoras. Así, en este sector se pueden aprovechar los avances de la genética para obtener nuevas variedades (resistentes, más productivas, con especificidades valiosas para la humanidad, mejor adaptadas a las condiciones que nos impone el cambio climático, o con menos requerimientos hídricos, etc.). Por otro lado, la posibilidad de analizar cantidades ingentes de datos procedentes de diversas fuentes y de diversas dimensiones (BigData) aquí puede servir para optimizar los momentos de siembra y recolección, los tratamientos de apoyo, el momento y la cantidad adecuada de riego, o el mejor momento para entrar en determinados mercados.
Cuando pensamos en el Internet de las cosas (IoT), normalmente nos imaginamos una red de electrodomésticos interconectados. Sin embargo, en una explotación agrícola o ganadera, hay un número creciente de sensores y mecanismos susceptibles de conectarse entre sí y a sistemas de gestión automatizados que tomen decisiones de manera autónoma. Los drones pueden tomar imágenes de diagnóstico de la explotación, ayudarnos a identificar zonas con problemas de virosis o de falta de riego; o pueden guiar a nuestro rebaño. Y los tractores conectados a satélites pueden prescindir de conductor, mientras que los robots aprenden a realizar las labores más delicadas.
La omnipresente tecnología de blockchain tiene literalmente todo un campo de actuación virgen en el ámbito de la cadena agroalimentaria y la trazabilidad (en este caso, podríamos llegar a alcanzar el utópico resultado de la transparencia total en la formación de precios a lo largo de los eslabones, y en la composición de los productos procesados). En este sector, el blockchain podría terminar de precipitar la incipiente tendencia de la competencia de cadenas de valor coordinadas y alineadas alternativas.
Jeremy Rifkin mantiene que las variables definitorias de esta revolución son las TIC, y su conexión con la energía. Según este autor, el sistema eléctrico del futuro está llamado a ser descentralizado; y aunque en España las maniobras del oligopolio lo retrasen, también llegará. Incluso en este terreno la agricultura tiene mucho que aportar. No solo como consumidora de electricidad para sus procesos (uso que se ha intensificado a raíz de la modernización del regadío), sino también como productora. Las explotaciones agrarias pueden obtener energía de diversas maneras: con aerogeneradores o placas, por supuesto; y con plantas de biogás en las granjas ganaderas, con la conversión de biomasa en calor o con sistemas hoy en desarrollo. En realidad esto podría ser hoy una realidad si el marco legal fuera distinto.
El sector primario se está digitalizando a pasos agigantados y desde Cajamar Caja Rural somos conscientes de los retos que este cambio radical presenta para los agricultores, ganaderos y demás agentes de la cadena alimentaria. Por eso, desde nuestra área de Innovación Agroalimentaria estamos reorganizando para dar respuesta a las necesidades que prevemos surgirán desde el sector. Hemos reforzado nuestra oferta formativa, llegando no solo a los consejos de administración o rectores, sino también a los propios agricultores, ganaderos y personal directivo de las empresas agroalimentarias. Al mismo tiempo, hemos redoblado los esfuerzos en difusión del conocimiento, captándolo allí donde este se encuentra y poniéndolo a disposición del sector a través de jornadas técnicas, publicaciones, nuestra web o simplemente provocando la reflexión entre los propios agentes del sector.
La vocación de Cajamar, por historia y especialización, se encuentra precisamente en el ámbito agroalimentario, y estamos convencidos de que acompañar al sector en la transición que se está produciendo nos va a permitir contribuir a mantener y aumentar la competitividad de la enorme potencia agroalimentaria española.