Hace unos 20 años, la palabra bioeconomía hacía referencia a una rama del pensamiento económico que abogaba por un replanteamiento completo de la ciencia económica, y que ponía el acento en los flujos de materiales y de energía más que en los meramente económicos. Nicolás Georgescu-Roegen puede considerarse como el padre de esta disciplina cruce de la termodinámica y la economía y, desde su punto de vista, la economía debía ser considerada como una rama de la biología. Su pensamiento tuvo destacados seguidores, como el francés René Passet o el español José Manuel Naredo. Sin embargo, en medio de la vorágine de la alocada primera década del siglo XXI, la idea fue perdiendo fuerza y desapareció del primer plano de la discusión económica ante el fulgurante poder de los mercados inteligentes.
Pero, una vez pasada la tormenta financiera que ha puesto en solfa una gran parte de las ideas preconcebidas de la economía tradicional, asistimos a la recuperación del concepto, aunque ahora ha rebasado los límites de la teoría y se trata de una forma real de interactuar con el medio ambiente. La bioeconomía de la que hablamos hoy comparte la fonética de la anterior, pero no enteramente su significado, su objetivo es aprovechar todos los recursos biológicos y orgánicos producidos por la agricultura. Esta nueva bioeconomía parte de la realidad de la finitud de los recursos físicos de los que se vale el sistema económico para satisfacer nuestras necesidades, y hace uso de la innovación tecnológica, de la imitación de los procesos naturales (biomímesis) y de los sistemas productivos primarios para edificar un conjunto de actividades que deben permitir a la humanidad un uso mucho más eficiente de los recursos, la reutilización de la mayor parte de los desechos y subproductos orgánicos y el cierre de los circuitos de materiales y energía (sin olvidarnos de la entropía, cuya Ley seguirá actuando a pesar de nuestros esfuerzos).
El planeta pronto alcanzará los 9.000 millones de habitantes, a los cuales habrá que alimentar, vestir y procurarles un modo de vida digno. Este número es la base de los demás cálculos. ¿Podemos alimentar a esa enorme población con los métodos de cultivo actuales? ¿Qué superficie de tierra tendremos que dedicar a ello? ¿Y cuánta agua? Aunque la mayor parte de los recursos nos parecen ilimitados, lo cierto es que o no lo son, o no están disponibles en el tiempo y la forma más convenientes para nuestros procesos de producción. Así las cosas, la agricultura vuelve a situarse en el primer plano del debate, al constituir el primer dique de contención de la gran marea humana que estamos creando. Los ritmos de aumento de la productividad agraria no son los que necesitaríamos para no invadir muchos ecosistemas naturales y reconvertirlos en superficie agrícola, y el cambio climático amenaza con debilitar aún más la capacidad de cultivo de los países menos desarrollados. Al mismo tiempo, una parte muy relevante de los productos agrícolas actualmente se pierden en el camino, desde los restos de muchas cosechas, hasta frutos que no alcanzan las calidades comerciales adecuadas, o que simplemente se echan a perder. El pensamiento tradicional trata todos esos bienes como residuos, pero desde la nueva óptica bioeconómica, son fuentes de nuevos productos, puesto que muchos de sus componentes esenciales pueden ser útiles para incorporarlos a otros procesos como materia prima. Es en esta fase en la que el desarrollo de la biotecnología o la bioingeniería se convierte en otra de las patas fundamentales del nuevo paradigma. Y una tercera columna viene determinada por la energía, la cual precisamos que provenga en una mayor proporción de fuentes limpias y renovables.
Algunos de los procesos necesarios ya se conocen, pero hay una gran cantidad de valor añadido y de empleos potenciales que aún hay que descubrir y desarrollar. Por eso, una de las principales herramientas para la implantación de la bioeconomía es la investigación y desarrollo, así como la apertura de nuevos mercados a través de iniciativas imaginativas por parte de los Estados o del sector privado.
Los países más avanzados ya han iniciado el camino, puesto que se han dado cuenta de lo delicado de la situación. Se hace necesario que el conocimiento y las capacidades que se desarrollen a este respecto sean rápidamente adaptadas a los Estados más débiles, pues lo que para nosotros es un problema de aprovechamiento de recursos, para ellos es ya mera supervivencia. El mundo está comenzando a andar la senda de la bioeconomía, y aún hay muchas incógnitas que despejar por el camino, aunque podemos estar seguros de que el final del mismo nos espera el futuro.
David Uclés Aguilera
Negocio Agroalimentario y Cooperativo
Servicio de Estudios