Los activos alternativos hacen referencia a aquellos activos distintos a los que se consideran activos tradicionales: los bonos, las acciones y los depósitos (efectivo). Serían activos alternativos, por tanto, los activos financieros o reales como los fondos de inversión, el capital riesgo, los bienes inmuebles, las materias primas, los proyectos de inversión, etcétera, estando muy presentes en la inversión institucional en Estados Unidos y contando con un gran recorrido en Europa. Se puede decir que se ha abierto un proceso a través del cual los límites entre los activos tradicionales y los alternativos se difuminan cada vez más para la inversión institucional. La razón fundamental es el proceso permanente y global de fiduciarización económica y de innovación financiera. Es decir, la inversión institucional está buscando patrones financieros en los activos alternativos para que éstos tengan una mayor presencia en sus carteras.
La inversión institucional en activos alternativos ha pasado a un primer plano ante el aumento de la incertidumbre, la caída de los tipos de interés, la volatilidad de los mercados, el desarrollo del fenómeno de la banca en la sombra, la política de facilidad monetaria, etcétera. Y todo ello a pesar de que las gestoras saben que son activos menos líquidos que los activos convencionales, mucho menos volátiles y con una menor regulación y transparencia. Además, presentan mayores dificultades para determinar su rendimiento. Al tener una baja correlación con los activos tradicionales, se puede decir que son ideales para reducir las covarianzas en las carteras y gestionar de forma más efectiva el riesgo. Con estos planteamientos, se entiende que los activos alternativos contribuyen a desplazar positivamente la frontera eficiente de inversión.
Esto describiría una de las tendencias de la inversión colectiva en un entorno y una coyuntura económica inéditos. La otra tendencia es la de la inversión socialmente responsable (ISR) y la de la incorporación de criterios ASG (ambientales, sociales y de gobernanza) en las decisiones de cartera por parte de la inversión colectiva. Integrando a ambas tendencias en una misma ecuación, desembocamos en un sector muy concreto: la agricultura.
El papel de la agricultura va a ser estratégico y transversal en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). No hay otro sector económico que esté más presente y arraigado en los ODS como el sector agrícola. La agricultura afecta a la pobreza, al hambre, a la pérdida de diversidad, al cambio climático, al empoderamiento de la mujer, etcétera. Por lo que se puede decir que igualmente es el sector que permite, con una mayor facilidad, introducir criterios ASG de cara a la gestión de activos por parte de la inversión institucional. Además, el binomio rentabilidad-riesgo es muy favorable para la inversión agraria y los agronegocios en términos comparativos con respecto a índices de bursátiles de referencia. En concreto, según datos de TIAA-CREF relativos al año 2015, el retorno promedio de las tierras de cultivo en EE UU se situaba en el 10,7% frente al 6,3% de índice S&P 500, con desviaciones típicas del 6,5 y del 17% respectivamente.
Francisco Cortés García
Área de RSC y Calidad Global (GCC)