El cambio climático, creamos o no en él, avanza y sus repercusiones en algunos lugares del mundo, principalmente en las más pobres será catastrófico. El ser humano ha contribuido de manera decisiva al proceso con una creciente emisión de gases de efecto invernadero generada por nuestro desarrollo tecnológico y económico. Nuestra actividad agrícola y ganadera ha provocado grandes cantidades de emisiones al alterar el uso de los suelos, y al liberar a la atmósfera grandes cantidades de carbono. Pero desde el desencadenamiento de la revolución industrial y nuestro recurso a combustibles fósiles hemos batido todos los récords anteriores. Nunca antes habíamos emitido tanta cantidad El problema es que, posiblemente, ni siquiera un frenazo brusco en nuestras emisiones pueda parar ya el proceso, puesto que, como es usual en la naturaleza, este no es lineal y tiene inercia. Es posible que el planeta ya funcione en «modo automático», pero también es cierto que si no hacemos algo al respecto el problema será mucho más grave.
La estrategia global, porque tiene que ser global, debe pasar por el ajuste de las emisiones. Pero ese ajuste no puede ser lineal en todos los países. Los más desarrollados tendrán que liberar «espacio ecológico» para los que van más retrasados, por lo que debemos ser los países ricos los que hagamos un mayor esfuerzo, ya que también hemos sido los que más hemos contribuido a generar la situación actual. Desde hace años se están desarrollando programas de investigación destinados a reducir nuestra huella de carbono (un proxi que nos informa del impacto en emisiones de nuestras actividades). Así, se está avanzando en varías vías: desde la inyección de gases en pozos de petróleo o gas, hasta la utilización de energías de origen renovable en nuestros procesos industriales, pasando por la reutilización de los recursos.
En cualquier caso, y como hemos comentado, la estrategia tiene que ser global, y debe serlo desde la perspectiva de que debe alcanzar dimensión planetaria, con la incorporación a la misma de la mayor cantidad de países posible, como desde la óptica de que debe considerar a la mayoría de las actividades humanas, incluidas las de servicios.
Desde este punto de vista, el sector financiero contribuye a la emisión de gases de efecto invernadero de diversas formas. La más importante es sin duda el consumo de energía eléctrica, multiplicado por varias unidades de magnitud desde el intenso proceso de mecanizacion que el sector ha venido viviendo desde los años 70 del siglo pasado. También es un sector que consume mucho papel y que mantiene un importante número de personas moviéndose por el territorio, en medios de comunicación de muy diversa índole e impacto en el número de emisiones. Obviamente, desde las empresas deben ponerse en marcha iniciativas de ahorro energético (que reducirán las emisiones generadas en la producción), de utilización de energías limpias, de eliminación del papel o de sustitución de fuentes de energía para ir utilizando un porcentaje creciente de energías renovables. Incluso, tendrán que incidir en la movilidad de sus trabajadores para minimizar estos efectos. Por supuesto, allá donde el estado de la tecnología no permita una reducción de la huella habrá que acometer medidas compensatorias, como la siembra de árboles o la producción de energía.
Pero hay otra importante vía por la que el sector financiero puede contribuir a la estrategia global, y esta es precisamente su propia razón de ser: la financiación de proyectos de inversión. Si el sistema financiero considerase cuestiones como las misiones que pueda ahorrar al conjunto de la sociedad o la huella de carbono esperada de la inversión, se podría seguramente avanzar mucho más deprisa en la consecución de los objetivos planetarios.
Sin embargo, nada de esto tendría sentido si la sociedad no es sensible a estas cuestiones y, por tanto, no discrimina entre entidades comprometidas o no con el cambio climático, o no presiona para que las regulaciones del sistema financiero incluyan estos aspectos en la dinámica diaria de las entidades (incluyendo no solo a los bancos, sino también a las empresas de seguros y a los mercados de valores, en los que las empresas consiguen un porcentaje creciente de su financiación.
David Uclés Aguilera
Negocio Agroalimentario y Cooperativo
Servicio de Estudios